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LA MAGA DE CORTÁZAR

Me he preguntado si La Maga de Cortázar encarnó en su momento a la mujer que toda mujer soñaba con ser para un hombre, o a la mujer a la que todo hombre soñaba con lograr enamorar alguna vez. Y es que la frescura, la irreverencia, la magia de ese personaje inolvidable que marcó un hito en la historia de nuestras letras, no pareció ser el resultado de un artificio de la creación literaria sino un reflejo de algo que la literatura de entonces, quizás sin saberlo, estaba buscando: un prototipo diferente de la mujer que el personaje ama. Atrás dejó La Maga a las Madames Bovary, a las Annas Karenina, a las Catherines Eatnshaw, inclusive a las Marias (como la de Jorge Isaac), envueltas en la penumbrosa aura de una heroína de otros tiempos que ya no encajó con la realidad que la ficción literaria necesitó entonces. Si la ficción literaria la necesitó entonces, es porque el alma del creador, y por consiguiente el alma de los lectores, también la necesitaban.

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Martha Cecilia Rivera, Chicago, Mayo 2015

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RECORDANDO A ‘RAYUELA’

Rayuela

“Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.

“Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad. La Maga no sabía que mis besos eran como ojos que empezaban a abrirse más allá de ella, y que yo andaba como salido, volcado en otra figura del mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la negaba”.

“Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.

“A todo el mundo le pasa igual, la estatua de Jano es un despilfarro inútil, en realidad después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás. Es lo que se llama propiamente un lugar común”.

“Hace rato que mucha gente sospecha que la vida y los seres vivientes son dos cosas aparte. La vida se vive a sí misma, nos guste o no. Guy ha tratado hoy de dar un mentís a esta teoría, pero estadísticamente hablando es incontrovertible. Que lo digan los campos de concentración y las torturas. Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.

“La realidad se precipita, se muestra con toda su fuerza, y justamente entonces nuestra única manera de enfrentarla consiste en renunciar a la dialéctica, es la hora en que le pegamos un tiro a un tipo, que saltamos por la borda, que nos tomamos un tubo de gardenal como Guy, que le soltamos la cadena al perro, piedra libre para cualquier cosa. La razón sólo nos sirve para disecar la realidad en calma, o analizar sus futuras tormentas, nunca para resolver una crisis instantánea”.

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Martha Cecilia Rivera, Chicago, Febrero 2014

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