Aquí me encuentro ahora, frente al espectáculo magnífico del otro lado de mi ventana, el de siempre, siempre distinto, hoy gris y frío, nieve que inspira, hoy enfrentada a mi dilema. ¿La inmadura o la incompleta? La inmadura es esta novela que aún requiere más, parece una adolescente, ya es lo que es y ya no será distinta aunque es necesario que lo sea, requiere matices todavía, profundidades y ligerezas. La incompleta es esta otra que aún no se termina, la que me acosa, la que me obliga a avanzar a tientas, no me deja ni a sol ni a sombra, aún no es, y sin embargo ya es magnífica. ¿A cuál permitirle hoy la vida? Anexo una foto que me tomó esta semana el director de cine colombiano Sergio Dow, quizás para obligarme a recordar que mi yo real también existe. Mischa Maisky todavía interpreta a Bach, igual que cada sábado en la mañana, hay esperanzas.
LA INMADURA: LA FATALIDAD DE LA GALLINA
…” No es una burbuja de aire aunque podría serlo. Tampoco una esfera hueca en el espacio, carente de agua y de oxígeno, vacía, muerta. Ni siquiera es una bola de cristal que absorbió todas las palabras y todas las frases, verdades y mentiras entremezcladas, convertidas en ideas que alguna vez honró, dándoles vida, alguna mente humana. Es una realidad sin paralelos. Una dimensión total, extraña, que lo abarca todo y lo es todo. Un absoluto. Crece en torno ala ausencia de sonido que es mi pensamiento, de una forma circular y me deja prisionero en su centro. Gravita. Permanece. Aumenta. Es el silencio. Ente al acecho. Palpita. Se expande. Se extiende inconmensurable más allá de todo límite posible, monstruo amorfo con infinito número de brazos, piernas, extensiones, tentáculos. Me rodean. Se enredan en las fosas de mi nariz, en mis oídos, en mis ojos, en la entrada de mi boca, alrededor de mi cuello, de mi torso, de mis piernas, atrapan mis brazos y el resto de mi cuerpo para aislarlo, paralizarlo y devorarme poco a poco, me anexa a su ser y de ese modo se convierte en algo más monstruoso, más enorme, más espantoso”…
LA INCOMPLETA: JUGUEMOS A LAS VOCES
Abrió un solo ojo de pronto. Incómodo. Lleno de alarma. Algo se sintió fuera de sitio. ¿Qué?. La saliva entre su boca pareció espesa, con cuerpo, densidad, textura, corpúsculos internos quizás, o viscosidades, moléculas tridimensionales compactas. Desplazó la punta de la lengua por la parte interna de los dientes, por el paladar, por las membranas laterales en su boca. Lento. Sin impaciencia, la razón del sobresalto aparecerá tarde o temprano igual que todo aparece con el tiempo, certeza que se adquiere solo al cabo de los años. Separó los labios. Agrio, el sabor que se esparció. Pestilente, el aliento. No hubo repugnancia. Tampoco sorpresa ante su propia fetidez de cada día al despertar, tan conocido. La paladeó despacio, placer de vino fino. Regusto de viejo, aunque todavía no lo reconoció en ese momento. Cerró la boca, chasqueó, desplazó la quijada un poco hacia un lado, hacia el otro, y empeñó la lengua de nuevo en su recorrido interno para paladear mejor su resuello corrompido. Durante un instante. Y otro. Y otro. Afición por el propio olor podrido”…
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Martha Cecilia Rivera, Chicago, Diciembre 2014